Manu
Regalado me dijo un día que le costó mucho dejar de ser armario.
- Perdona,
¿cómo has dicho?
- Coincidió
que, al poco de casarme, empezaron a endurecerse los músculos de la
juventud. Luego se me hundieron las cejas y la cabeza y cerré mis
puertas a la sensibilidad. Me abandoné a acumular experiencias,
pero me notaba cada vez menos hermano de las cosas que hacía.
¿Hablarlo?, ¿para qué?, si mi ex mujer ya hablaba lo suficiente.
También por mí.
Acababa
de cambiar a su mujer por una vida en la periferia. Al principio
pensé que aquello era un símil efímero de la mudanza síquica y
física por la que estaba pasando. “Un armario, ¡qué
ocurrencia!”, pensé.
No
más al despedirme, y al separar nuestros caminos, pude verle con una
percha colgada a su espalda: una camisa de rayas, planchada, iba
rebotando en su costado a cada paso.
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