Cuando alguien muere en Cejunta, inmediatamente se le vacían los bolsillos y se reparte su contenido entre sus seres más allegados. Han de tragárselo en el momento, y, si no pueden, a pedacitos o con auxilio de alguna bebida.
A veces, por este motivo perece alguno de los familiares del difunto y se le vacían también los bolsillos y sus allegados tragan lo que hay en ellos. Si esto provoca las muertes en cadena, por esta causa, puede llegar a extinguirse una familia.
En este caso, a la salida del pueblo, se plantan tantos árboles como personas han muerto, y el cuidado de estos árboles corre a cargo del municipio, que obtiene de la madera beneficios saneados.
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Antonio Fernández Molina (Ciudad Real, 1927 - Zaragoza, 2005) publica "En Cejunta y Gamud" con la editorial venezolana Monte Ávila, en 1969, obra enriquecida con los dibujos surrealistas del propio autor relacionados con el juego de naipes, pieza ya de museo. Hoy se puede encontrar en las ediciones de Media vaca (reciente) y, para los que tengan más suerte en libreros de viejo, en las de Heliodoro, Madrid (1986) y Ediciones iberoamericanas, Madrid (1991).
Nos dice la estudiosa Irene Andres-Suárez:
"En Cejunta y Gamud contrapone dos mundos antitéticos regidos por reglas opuestas. Los
habitantes de Cejunta, como los “famas” de Julio Cortázar, representan a
seres racionales y ambiciosos, obsesionados por el dinero y el poder,
que utilizan el lenguaje como instrumento de dominio (es trenzado como
una alfombra), fomentan la estupidez, enmascaran todo lo que no les
parece aceptable, como el suicidio; son intolerantes (“hay unas
escaleras que sólo tienen peldaños impares”, piensan que los pares traen
mala suerte y los destruyen), y simulan una pasión amorosa que no
sienten. Los de Gamud, en cambio, se asemejan a los “cronopios”: son
poetas o artistas que sueñan con un mundo libre, sin trabas ni reglas
impuestas; las mujeres poseen las mismas libertades que los hombres,
incluidas las sexuales; unos y otros son amantes del silencio (tienen
“un día mudo”) y de la reflexión, dedican muchos medios a la educación, y
su cómputo temporal nada tiene que ver con los relojes (“sus girasoles
se mueven en el sentido inverso”)".
Irene Andres-Suárez, "El microrrelato en Antonio Fernández Molina", que podéis encontrar aquí.
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