Otro día, cuando me
dispuse a bajar, ya se hizo jueves y empecé mal la semana. Es lo
que lamento de habitar en un babélico rascacielos con las doce más una
cabinas del montacargas averiadas. Pero hay esperanzas. He visto
abajo, por el hueco de la escalera, a los chicos de mantenimiento; aunque desde mi altura no he podido distinguir si se trata de los
que vienen a arreglar el aire acondicionado, los que engrasan y
ajustan las piezas del montacargas o los que sanean el edificio con
lanzamiento de los muertos que empiezan a oler por las ventanas.
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