carroza



Y separamos nuestros labios. Se quedó un vacío en el silencio y ese rastro de humedad galopando aún los ojos cerrados por las venas arriba y abajo y hacia un norte que acaba en espiral de cohetes y así sentí la seca carne rejuvenecerse hasta el delirio y todo a un golpe fue una fiesta con rubor fresco de las manzanas y tus mejillas y esas ganas de abrir los ojos y de llamarte por tu nombre y arrastrarte al huracán, como cada vez que se besa por primera vez.

Aunque a ti no te gustó. Y me dijiste bueno, me marcho a casa, antes de que den las doce campanadas.

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