museo de etología



Algo menos útil pero más admirado es el perro, canis familiaris, raza hermanada, según nos ha llegado, con nuestro fiel cancerbero. Su belleza radica en un único cuello encajado en el lomo, como si fuera alfil en colina frondosa. Llevándolo con él, los antiguos hombres ahorraban en huesos: sólo uno necesitaban cada cuatro patas. Imaginamos -y hay textos de la época que lo corroboran- que, justo por disponer de solo dos secuencias de dientes, no les ayudaba mucho contra el lobo, el jabalí o incluso en la caza masiva de perdices. El hombre -conservado también en la tercera planta de este museo-, y quizá por ello causa de su desaparición, solía afirmar que había que amarlo, que el canis familiaris era su mejor amigo.

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