- No, que me voy a resfriar.
- Anda, no seas bobo: con el calor
que hace.
- No me seas tan puta. Empieza tú
primero.
Ella asintió, juntó las palmas, elevó
los brazos y meneó sus caderas a espasmos de salsa, de tal modo que
su hoja cayó a la ribera del manantial, y se quedó ahí, neofita,
ante el primer estriptís de la historia.
- Tienes una herida profunda
-observó él-.
- Bueno, hoy no sangra. Ahora te
toca a ti.
Le tocaba al hombre. Golpeó los puños contra el pecho
peludo, bramó un torrente de grito y se arrancó de cuajo la hoja
verde que le colgaba.
- ¿Y eso qué es? -dijo ella
horrorizada-.
- La serpiente, mujer, la
serpiente.
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