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No más se le cerraron las compuertas
al sueño, desempalancó los ojos rápido como un gozne. Sudaba,
agitado, desencajado. Se llevó las manos a las piernas. Comprobó
que aún le respondían. Soltó aliviado el aliento. Poco a poco
recobró color humano sobre la palidez de aquel rostro perlado.
Respiró cada vez más tranquilo entre la sorda neblina de la
somnolencia. Fue vívido el sueño, la pesadilla. Había soñado que
quedaba atrapado entre la argamasa y ladrillo de una fachada que se
le vino abajo. Un sueño, no más, se dijo. Pudo respirar seguro. Y
se cerró acompañado por el viento. Todo su miedo quedaba solo de
puertas para adentro.
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